viernes, 27 de mayo de 2011

Fragmento: El arte de conducir bajo la lluvia

Los gestos son lo único que tengo; en ocasiones deben ser exagerados. Y si bien a veces me paso de la raya y me pongo melodramático, es porque debo hacerlo para comunicarme de forma clara y efectiva. Para que se entienda lo que quiero decir sin que quepan dudas: no tengo palabras a las que recurrir, porque, para mi gran disgusto, mi lengua tiene un diseño largo, plano y suelto, y por lo tanto es una herramienta horriblemente ineficaz para mover la comida en la boca mientras mastico, y aún menos útil para emitir inteligentes y complicados sonidos silábicos que se puedan enlazar para formar palabras y oraciones. Y por eso estoy aquí, aguardando a que Denny regrese a casa —debería llegar pronto—, tendido sobre las frescas baldosas del suelo de la cocina, sobre un charco de mi propia orina.
Soy viejo, y aunque debo llegar a ser mucho más viejo, no es así como me quiero marchar: lleno a rebosar de medicamentos para el dolor y acribillado de inyecciones de esteroides para reducir la hinchazón de mis articulaciones. Y con la visión nublada por las cataratas. Mullidos paquetes plásticos de pañales caninos almacenados en la alacena. Estoy seguro de que Denny me compraría uno de esos carritos que he visto en las calles, los que se usan para alojar los cuartos traseros para que los perros puedan arrastrar su propio culo cuando las cosas comienzan a fallar. Eso es humillante y degradante. No sé si es peor que disfrazar a un perro para Halloween, pero le anda cerca. Él lo haría por amor, claro. Estoy seguro de que me mantendría con vida tanto tiempo como le fuese posible, incluso si mi cuerpo se deteriora, se desintegra en torno a mí, se disuelve hasta que no quede más que el cerebro, alimentado por cables y tubos de toda clase y suspendido en un frasco de vidrio lleno de un líquido transparente, en cuya superficie flotarían los ojos. Pero no quiero que me mantengan con vida. Porque sé lo que viene después. Lo vi en la tele. En un documental sobre Mongolia, nada menos. Fue lo mejor que he visto en televisión, después del Gran Premio de Europa de 1993, claro, la mejor carrera automovilística de todos los tiempos, en la que Ayrton Senna demostró ser un genio bajo la lluvia. Después del Gran Premio de 1993, lo mejor que vi en la tele es un documental que me lo explicó todo, me lo aclaró todo, me dijo toda la verdad: que cuando un perro termina de vivir su vida como tal, pasa a reencarnarse como humano.




EL ARTE DE CONDUCIR BAJO LA LLUVIA
-Garth Stein-


Trailerweb oficial de la novela.

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Whoever you are, now I place my hand upon you, that you be my poem...

(Walt Whitman, 1855)